sábado, 11 de febrero de 2017

Siempre nos quedará Atenas.

Un mes y dos días.

Treinta y tres días.

Ese es el tiempo que llevo en Madrid, en mi casa, en mi salsa. Esos son los días que llevo sin dormir bien.

Tanto el día nueve de enero como el diecinueve de septiembre están grabadas a fuego en mí; son las fechas de mis despedidas, de los adioses de mis amigos, los cuales considero mi segunda familia. Nunca imaginé que me costaría tanto decir "hasta luego"-con tintes de "adiós"-, que dolería tanto..., hasta que tuve que hacerlo por segunda vez.

Toda esta aventura empezó por abril del 2016 cuando de un grupo de WhatsApp nació una de las iniciativas más puras, sinceras e inocentes en la que me he visto involucrada jamás: un proyecto de ayuda humanitaria centrada en niños refugiados en el campo de Idomeni. Todos los participantes en el proyecto éramos en su mayoría estudiantes que queríamos dar respuesta a una crisis que creíamos injusta, la cual estaba siendo muy mal gestionada por parte de la Unión Europea y donde estaban sufriendo los más vulnerables: los niños. A su vez, queríamos hacer un proyecto audiovisual paralelo para poder difundir en España y que se viera lo que realmente estaba pasando.

Nuestra idea principal era organizar talleres de músico terapia, pasacalles, actividades con gymkanas, pintuas, disfraces, etc, en los campos de concentración refugiados en Grecia, concretamente pusimos nuestra mira en Idomeni. Qué inocentes éramos...

Nos pusimos manos a la obra y comenzamos formar el proyecto, a darle visibilidad. En menos de un mes teníamos más de cincuenta personas interesadas en participar con nosotros, en ser voluntarios en Grecia, en recaudar dinero para la acción allí. Todo fue muy rápido y crecimos como la espuma. Pero antes incluso de empezar, nos llevamos el revés: Idomeni estaba siendo desalojado. Nosotros que ya habíamos planeado las actividades, lo materiales necesarios y el cómo transportarlos, que ya habíamos lanzado la campaña..., se nos desmoronó el plan pero no nos rendimos y buscamos otro sitio donde poder actuar. Después de estar mirando, nos fijamos en Atenas, donde centenares de personas estaban viviendo en Squats (centros abandonados que movimientos locales y refugiados habían abierto y ocupado).

Y allí nos presentamos.

Sin embargo yo no pude ir hasta Septiembre. Cuando llegué al país heleno tenía la idea de quedarme nada más que una semana, dado que mis ahorros no me permitían más. Fui con mi viaje demasiado planeado (en cuestión de vuelos)  porque cuando esa semana estuvo apunto de agotarse, decidí perder mi avión a propósito y coger otro billete lo más tarde posible.

¿Sabéis por qué? Por las personas que conocí allí, por lo que aprendí y por lo que viví. Muchas personas no lo creen pero yo cambié radicalmente en ese viaje. Dejé de tener la misma perspectiva, comencé a cuestionarme si servía más allí que aquí, mis prioridades se alteraron y mi concepción sobre muchos temas cambió. En dos semanas me cambié a mi misma.

Recuerdo llegar desorientada y nerviosa a la Squat dónde no conocía más que a varios voluntarios y sólo de vista. Me presenté a la gente que se me acerba de forma tímida y un tanto fría, no sabía cómo actuar y me puse a trabajar con mis compañeros: primero dimos el desayuno a los niños, después como tenía conocimientos de primeros auxilios e iba a comenzar Enfermería me fui a la habitación que hacía las veces de clínica a ayudar a la médico y a la enfermera y dos horas más tarde me fui a jugar al patio con los niños en una actividad. Terminé cansadísima por todo el estrés acumulado de las 30h de vuelo, por las dos días que llevaba sin dormir, por el calor sofocante que hacía en Atenas en verano y por la emoción de haber llegado, pero aunque a mi me parecía una eternidad no era más que mediodía. Sí, en Grecia el tiempo lleva otro ritmo.

Uno de los residentes se acercó antes de que yo y un grupo de voluntarios saliésemos por la puerta para irnos a comer y en una mezcla de árabe e inglés nos invitó a comer en su habitación con su familia. Entendía que mis compañeros fuesen, llevaban allí mucho más tiempo que yo y habían forjado lazos con los residentes, pero yo no sabía que la invitación también me incluía; es decir, llevaba allí menos de cinco horas. Pues el hombre, al que terminé llamando Baba (papá en árabe) esa misma noche, me guió hacia su casa al ver que remoloneaba.

Fue la mejor experiencia de mi vida.

En esa comida compartida desterré miles de prejuicios y me liberé a mí misma. Conocía su mujer y a sus tres hijos, me preguntaron sobre mí, me enseñaron mis primera palabras en árabe y una lección de vida: "In this room, the words thanks, shukran and gracias are banned" decían ella, "en familia no se necesita". Me acababan de, no sólo invitar a comer, sino también a ser miembro de su peculiar familia y eso que me conocían de unas horas escasas. Ahí fue cuando comprendí que o era abierta con ellos o me iba a perder muchas cosas.

Y así fue, empecé a establecer amistad con las familias, con los niños, con los adultos, con hombre, con mujeres, con los jóvenes, con los residentes y con los que estaban en otras Squats. Y fue lo mejor que pude hacer. Me enseñaron árabe, inglés y algo de griego, nosotros les enseñamos español, hablábamos sobre la opinión que tenían respecto a temas variados y ellos nos preguntaban a su vez sobre cualquier otra cosa, nos contaron sus historias. Reímos, lloramos, fuimos de excursión, nos contaron sus temores, sus alegrías, sus sueños, lo que querían ser de mayores, las personas que les esperaban detrás de cualquier frontera y las que habían dejado atrás. Conocí a sirios, a palestinos, a afganos, a kurdos, a egipcios, a españoles, a griegos, a ingleses, las culturas, las tradiciones, las religiones...

Fue un descubrimiento tras otro.

Me di cuenta de que no eran las víctimas que la televisión se empeñaba en mostrarme, ni los peligrosos yihadistas que adoctrinaban y querían islamizar Europa, ni las mujeres eran las sumisas que me vendieron. Nada de eso era verdad; eran y son supervivientes, grandes mentes a las que no permiten formarse, seguir sus estudios o trabajar porque están en un limbo legal, gente fuerte que se niega a perder su dignidad, que sueñan con volver a sus casas de techos bajos y calles polvorientas, que necesitan estar en contacto con sus familias aunque sólo sea por un trozo de pantalla.

Repito, fue una lección de vida.

Así fue como transcurrieron mis semanas, entre desayunos, actividades, clases de inglés, reuniones en arabñolish en antiguas aulas de colegio que ellos llamaban casa, con tés hirviendo con más azúcar que agua, acompañando embarazadas y enfermos a hospitales, atendiendo heridas en la clínica, saliendo por las noches a los miradores o a las plazas atenienses, imaginando mundos sin gente ilegal y sin guerras, compartiendo confidencias, haciendo reuniones de mujeres en las cuales la música y la henna eran imprescindibles, aprendiendo a vivir, a mirar con otro prisma, a destrozar mitos, a participar en manifestaciones y, sobre todo, a querer. A querer como se quiere a la familia, a entender que somos amigos obligados por las circunstancias pero agradecer haber tenido la oportunidad de conocerles y ser su amiga.

Por eso me dolió tanto la despedida. No sabía si les iba a poder volver a ver, si el contacto iba a ser el mismo, si les iría bien... No pude con eso y en menos de dos meses volví.

Sin embargo, todo y nada a la vez había cambiado. Mis temores se hicieron realidad: volví y había gente que se había marchado a otros países ya con el estatus de refugiado, muchos seguían en las Squat pero disgregados, faltaban muchos voluntarios con los que había coincidido y en el ambiente se notaba que algo no era igual. Pero me alegré de volver y de verles, de aprender todavía más cosas, de sentir lo mismo -eso sí, con menos ímpetu que antes pero con la misma intensidad-, de vivir todo de una forma más madura, de estar en mi verdadera salsa; mas no nos engañemos, las segundas despedidas son más dolorosas porque el ave de la experiencia sobrevuela tu cabeza y ensombrece todo: si desde la última vez hay menos gente, ¿qué te hace pensar que cuando vuelvas por tercera vez quedará alguien? Y es bueno que vuelvas y no quede nadie porque eso significa que por fin la burocracia ha actuado pero de forma egoístas quieres a tus amigos y que vuelvan esas noches de verano mirando las estrellas en Monasteraki.

Ha sido un viaje hermoso, donde he conocido personas extraordinarias que nunca deberían haber pasado por nada de esto ni sufrir la indiferencia y el odio institucional ni social, he conocido nuevos idiomas, nuevas culturas, nuevas tradiciones. He aprendido a querer independientemente del credo, la procedencia o la lengua, he desterrado prejuicios y he abierto los ojos. Me he adentrado en el mundo del activismo, en el mundo de los refugiados sin refugio, en el de las personas sin derecho. Ha sido verdaderamente enriquecedor.

Sé que este post no es muy reivindicativo como los que suelo escribir. Este post es uno de los más personales que he redactado nunca porque lo necesitaba. Necesitaba contar mi experiencia, que la gente viese lo que yo he visto y he sentido, todo lo que he cambiado y por qué lo he hecho. Necesitaba visibilizar la situación y volcar una parte pequeña de lo que he experimentado intentando ponerle nombre. Y sí, digo pequeña porque es imposible contarlo todo, es imposible hacer que entendáis todo: hay que vivirlo. Os animo a ello.

Por último me gustaría dedicar esta entrada a mis familias.

A mi madre, a mi hermana, a mis abuelos, a mis tío y a mis primos por apoyarme e intentar entenderme sin ser partidarios de mis decisiones y actos; por ser capaces de perdonarme el no pasar las Navidades, el Año Nuevo y los Reyes con ellos por estar en Atenas, por ser puro amor y sufrir en silencio, por quererme aun con mis defectos y aguantar las charlas sobre racismo, refugiados e injusticias.

Y a mi pequeña gran familia árabe por enseñarme el verdadero compañerismo, la lucha y el disfrutar con nada, por hacerme amar los tés con 80% de azúcar, por mostrarme como se os hacían los ojos chiribitas cuando escuchabais una palabra en español que se decía igual en árabe, por quererme como soy y animarme, por darme lecciones de vida que nunca olvidaré y por haberme permitido entrar en vuestras vidas. Gracias por acogerme, por regalarme esos momentos que siempre llevaré conmigo, por dejarme ver cómo sois realmente, por contarme las historias, mostrarme vuestras vidas pasadas y lo que queréis en un futuro y por hacerme volver aun odiando Atenas porque sé que ahí os encontraré -o por lo menos a vuestros recuerdos-. 

Por esto y por muchas cosas más, shukran katir.

5 comentarios:

  1. Una experiencia inolvidable, gracias por compartirla. Besos

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  2. Que emoción al leerlo. Muy profundo y bonico. Gracias por compartirlo.

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  3. Sigue así, nos has transmitido todo a la perfección.

    Espero que puedas volver a vivir algo como esto

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  4. Me has hecho replantearme muchas cosas. Ya estoy mirando dónde irme este verano. Podrías decirme alguna asociación o paginas para ver voluntariados?

    Gracias.

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  5. ¡Hola! He visto tu comentario en la publicación de la academia árabe. Yo empecé a estudiar allí en octubre y estoy muy contenta :)
    Te escribo porque he visto que ponías que eras voluntaria con refugiados y quería preguntarte. Este año pasado estuve mirando opciones para irme por navidades a algún voluntariado pero bien por motivos de dinero (las asociaciones con las que contacté cobraban bastante por hacer el voluntariado), o bien por cuestión de tiempo (solo tenía una semana de vacaciones y en los que pregunté me dijeron que eran pocos días) finalmente no pude hacerlo.
    Perdona por escribirte así sin conocerte de nada, pero es algo que tengo muchas ganas de hacer en algún momento y se me ha ocurrido pedirte opinión por si podías contarme algo más, a través de qué asociación lo hiciste, etc.
    Muchas gracias :D

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