domingo, 23 de febrero de 2014

Ciudadanos de un lugar llamado mundo. Parte I

Ucrania, Venezuela, Siria, Egipto y otros muchos más países tienen algo en común, algo que les hace grandes y a la vez trae la muerte a sus vidas: la unión del pueblo para pedir cuentas a sus gobernantes. En estos países, los ciudadanos se han puesto de acuerdo para salir a la calle y exigir a los que dicen que velan por ellos lo que les prometieron o, simple y llanamente, la paz y la justicia que se merecen; a cambio, el poder del país ha contestado a sus protestas con represión, negativas y antidisturbios. Todo muy democrático, ¿verdad?

En pleno siglo XXI me asusta pensar que esos mismos que aclaman a la libertad, a la justicia, a la igualdad y al poder de la decisión del ciudadano sobre el país, comúnmente llamado democracia, son esos mismos que cuando las personas de a pie están descontentas con su gestión o sus acciones, son los primeros en acabar con el derecho de manifestación y tachar como sublevados, antipatriotas, fascistas, terroristas o busca pleitos a esos ciudadanos que sólo piden lo que es suyo. Bueno, lo peor de todo no es cuando tachan a los ciudadanos a los cuales gracias a sus votos están en el poder y a que se deben, lo peor es cuando tachan el derecho que los otros imploran de demagogo, antinatural o de estar politizado -já, como si pedir la igualdad entre clases, sexos o religiones fuera idea del mismísimo Lúcifer-.